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martes, 15 de marzo de 2011

EN MI BARRIO DONDE NUNCA PASA NADA

En mi barrio donde nunca pasa nada,
es sábado en la tarde,
la calle está llena de gente,
la escalera transitada.

Los rockeros en la escalera,
como zamuros vestidos de negro,
conversando entre gritos
y sonidos de guitarras distorsionadas,
meneando la cabeza como autistas.

Los pavitos en la calle,
lucen sus mechitas recien pintadas,
sus pinchos como girasoles,
apuntando siempre al cielo,
producto de la magia arquitectónica Rolda,
el bozo del bigote decolorado,
con agua oxigenada de 30 volumen
y polvo azul.

Los pistoleros en una esquina,
como el que espera un turno para ir al baño,
con los ojos puestos en todas partes
y todos los ojos puestos en ellos.

Los marihuaneros queman su monte
en el callejón del terror,
donde hasta de día es oscuro.

En mi barrio donde nunca pasa nada,
es sábado en la noche,
fiesta segura en el barrio,
todo sigue igual.

En la esquina opuesta a los pistoleros,
las vecinas se reunen a chismear,
mientras las niñas juegan a ser seductoras
y ensayan su vocablo más prosaico.

Los niños juegan a guerra entre bandas
y a ser el pistolero más "restiao".

Las motos terminaron su día de moto taxi,
para convertirse en máquinas ensordecedoras,
en un transitar de subir y bajar la calle,
hasta que no queda un alma visible.

En mi barrio donde nunca pasa nada,
ya es domingo en la madrugada,
suenan las botellas vacías de alguna fiesta,
alguna que otra detonación lejana,
la respiración entrecortada de una adolescente,
que no deja ver las manos de su enamorado,
perdidas en toda su himanidad.

La música a todo volumen
en franca competencia entre el Gran Combo y los Diablitos,
entre Daddy Yankee, Don Omar y Diomedes Díaz,
al fondo una sirena de ambulancia,
rememora Fuego en el 23.

Una madre reza seguro en algún rancho
y sus gritos de clemencia no se oyen,
el cielo queda muy lejos,
detonaciones suenan cercanas,
centellazos entran por las rendijas,
pasos suben y bajan,
puertas abren y cierran,
silencio total.

En mi barrio donde nunca pasa nada,
llega el día,
es domingo en la mañana,
salió el sol,
todos saben a quien hirieron,
nadie sabe quien lo hiró,
nadie quiere saberlo.

Salen las vecinas con escobas, palas
y tobos con agua y creolina,
entre chismes,
recogen los restos de la noche,
barren botellas vacías,
conchas de una automática,
los chicharrones de marihuana
y alguna bolsa que se tragó la oscuridad,
lavan la sangre de la calle,
la que no se lamieron los perros,
y la vida continúa.

En mi barrio, donde nunca pasa nada.

Alejandro Serrano

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