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lunes, 25 de julio de 2011

AUSENCIAS Nº 6 "PÉRDIDA"


Cuando sonó el timbre en aquella fría noche, jamás pasó por la mente de Francisco, que eran todos los recuerdos juntos, era todo su triste pasado esperando al otro lado de la puerta. Clarita y Roberto estaban para acostarse, era el cumpleaños número once de Clarita, también el treinta y seis de Clara, la madre que hoy cumple nueve años desde que salió al abasto a comprar ¿su libertad?
Francisco también cumple años, nueve desde que no confió en otra mujer, a Roberto no le gustaron las piñatas, ni las fiestas, tampoco se acerca a las niñas, pero es un extraordinario estudiante, a pesar de no ser tan comunicativo, Clarita es más despierta, no extraña a su madre porque realmente no la recuerda, mientras Roberto aún llora en las noches aunque no habla de ella, Francisco también la llora, aunque sabe que el la empujó a marcharse.
Abrió la puerta y allí frente a los seis ojos, con más de nueve años encima, estaba Clara, parecía mayor, parecía extraviada, delgada y con la mirada perdida en algún recuerdo lejano, Roberto la reconoció y lloró, sin saber, si era de emoción o si era de dolor, ante aquella figura grotesca de su madre, Francisco se estremeció hasta en lo más profundo su de ser, cerró los ojos por el tiempo suficiente para recordar el llanto de Clara, sus mejillas enrojecidas y sus ojos color miel, ocultos tras la inflamación y el color hígado de sus parpados, el hilo de sangre que bajaba desde la fosa nasal, sorteaba un hinchado labio, para colarse en su boca, abrió los ojos con el deseo de no ver aquella aterradora figura, pero seguía allí justo detrás de las lágrimas que se aglutinaban en sus ojos.
Clara sin embargo solo estiró una sucia mano y pidió algo de comer, sonriendo con una mueca de timidez, dejando ver unos dientes manchados pero parejos, Clarita corrió dentro de casa y salió con un trozo de torta y otro de pan, se los tendió con algo de temor, pero con el corazón lleno de una extraña alegría, que jamás volvería a sentir, tras cerrar la puerta, se sentaron en silencio y muy tarde esa noche, Francisco lloró la pérdida, pero no la de Clara, sino la de su alma y su valor. Nunca dejó de amarla, nunca se perdonó, nunca dejó de llorar por ella, de esa noche en adelante Francisco llora amargamente, por él.

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