El hombre caminaba con la prisa del que quiere llegar pronto y la pesadez del que tuvo un mal día, regresaba a su casa con la única compañía de la mismisima soledad, bajo el brazo derecho, el periódico del día que se acaba y en la misma mano, la bolsa con los dos panes, igual que siempre desde hace todos los años del mundo, sentía en su cansancio.
Como siempre llegó a la esquina más próxima a su casa y al enfilar el rumbo los ve, discuten acaloradamente,se escupen insultos a la cara, el hombre apura el paso, trata de pasarantes del tiroteo, una ráfagade viento le sacude la ancha camisa y le hela la ancha existencia. En ese instante se hace consciente de que no lo logrará, los dos ampones se separan unos pasos y desenfundan sus armas automáticas, el tiempo comienza a transcurrir en cámara lenta, hasta detenerse a su alrededor, quedando con una conciencia confusa, en medio de los delincuentes, quiso correr, quiso gritar, pero todo estaba congelado a su alrededor, menos los antisociales.
El aire lento y espeso trae un profundo olor a formol y una sombra aparece de la nada, se coloca justo frente a él y lo mira fijo a los ojos, él no puede apartar la vista, piensa, sabe que vino por él, los otros se irán con los peines vacios y la vida llena, la enfrenta, la conoce, en el barrio siempre te ronda, un sudor frío le recorre la espalda desde la nuca y le ablanda las rodillas, es su frío, el frio de la muerte, toma una bocanada de aire, su última tal vez, le mira los ojos de frente y con horror en el alma, la reta, señala a los dos hombres armados y le dice a la muerte.
-Ellos me pusieron por testigo, de que tu con tu poder, no eres capaz de llevartelos a ambos.
Alejandro Serrano
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